Toda la jungla cabía en esos ojos, cadenas de árboles bajaban por su cara en forma de lágrimas atrás del vidrio de su vida, su miserable vida.
De vez en cuando dejaba caer sus parpados para ensoñar un instante la libertad, que ya no es. Y de nuevo yo ahí.
Esa tarde yo lo ví, al igual de miles de tardes idénticas, otros pasaban sus miradas y se perdían en la falsa realidad. Y llorar no le servía de nada, ni dormir, ni comer. Solo, ya con su pelo gris esperaba su muerte sobre una colchoneta vieja del zoologico